Nunca lo pactaron verbalmente, pero
fue como un acuerdo tácito que se metía cada noche en la cama junto a ellos
dos.
Si él le decía “buenas noches” y se
giraba, dándole la espalda, eso implicaba que esa noche no habría sexo. Y
tampoco habría caricias, ni abrazos, y con el paso del tiempo ni un beso
siquiera.
Cuando en cambio él se metía en la
cama y no decía nada, quería decir que tarde o temprano sus manos se posarían
sobre ella, generalmente empezando a acariciar su espalda, su pelo, acercándose
más a ella, besando su nuca, apretando su miembro cada vez más erecto hacia
ella….y ella se dejaría hacer, correspondiendo con gestos y caricias a su
petición, hasta que se giraba y él se posaba sobre ella para colmarla de
placer.
Ese acuerdo nunca firmado y que nunca
fue de mutuo acuerdo hizo que él hiciese cada vez más patente y latente su
falta de deseo hacia ella.
Y ella, sintiéndose poco mujer, poco
atractiva ante los ojos de él y mucho menos deseada, se dejó llevar, y dejó de
intentar acercarse a él tras varias negativas, y abandonó también el deseo.
Y durante años, la actividad en
aquella cama dependía única y exclusivamente de esas dos palabras: buenas noches, siempre pronunciadas por
él.
La última vez que él se acercó a
ella, la tocó, íntima y dulcemente, y ella sintió mezcla de placer y dolor. Sin
premeditación, y sin saber si hablaba su mente, su corazón o su sexo, le dijo
“buenas noches”, se giró y no ha habido desde entonces más noches compartidas